EL QUINDIO, TIERRA PRIVILEGIADA


No conozco tanto como para asegurar que el Quindío es la tierra más hermosa de Colombia, pero para mí si es la más bella de las que conozco.  Solo basta con observar el verde del entorno, las lomas suaves  cubiertas de guadua, de café, de plátano; las altas palmas de cera que semejan gigantes en el paisaje, y las casas de las fincas cafeteras con los techos antiguos y las puertas y pilares pintados de rojo que se ven regadas entre su geografía, como las casas de un enorme pesebre.  Esa fue la primera impresión que tuve, hace como ocho años, el día que acepté una invitación de Poncho a pasar el fin de semana en una de esas  fincas con su familia, mi mamá, Anamaria y la Manu.

Recuerdo que esa primera noche me cogió la madrugada sin sueño y decidí salirme envuelta en una ruana pues hacía frío, y me senté en una cómoda mecedora en la esquina del corredor.  Llovía y la neblina estaba bajita, por lo que era difícil ver  más allá de unos metros.  Envuelta en ella logré observar  lo que me parecieron piedras grandes y muy tenues siluetas de árboles. Así pasé las horas, pensando y con el deseo de que amaneciera pronto para poder observar lo que rodeaba la finca, porque había llegado ya estando oscuro y aparte de la casa, el quiosco de juegos y la piscina no había visto nada más.  A eso de las 6 de la mañana empezó a elevarse la niebla y fue apareciendo, como cosa de magia, aquello que tanto había deseado ver: las siluetas de la noche empezaron entonces  a tomar otras formas, y vi con asombro que lo que había creído piedras era ganado que con las primeras luces empezó a moverse; los árboles tomaron sus verdaderas formas y lo más sorprendente de ese acto de magia de la naturaleza, lo que me dejó fascinada, fue ese paisaje totalmente verde que al salir el sol me impactó con su belleza. No había acabado de descubrir el milagro cuando ya el personal de la finca, gente cálida y amable, empezó las funciones del día; me ofrecieron un vaso con jugo de naranjas recién exprimidas, naranjas maduras que se podían ver en tal cantidad, que literalmente doblaban las ramas de algunos de los árboles que habían alrededor de la casa, y luego una taza de excelente café recién colado.  El calor del café era lo que necesitaba para paliar la noche insomne pero maravillosa que había  pasado esperando un milagro que se me hizo patente con la luz del día.  Estoy segura que a partir de ese fin de semana, el Quindío me ganó.  Desde entonces no existe un lugar más hermoso, donde me sienta más feliz y en paz, que en la calidez de alguna de sus fincas.  Afortunadamente, no solo me enamoró a mí sino al parecer a toda la familia, porque desde entonces cada diciembre vamos a pasar el fin de año en alguna de esas casas sencillas y rústicas, donde disfrutamos en familia, y  paso allí los días más felices del año.  Pienso que sí, que la belleza del paisaje y la amabilidad de su gente me cautivaron, pero creo que hay una razón aún más fuerte que me llevó a amar esa tierra: Lo que ahora son hoy  el Quindío y Risaralda, hace años formaban parte del departamento de Caldas, y esas tierras las recorrió y las vivió mi papá.  Allí en ese Caldas grande de antes nació y se crió él.  Allí nacieron mis abuelos y creo que ese es el mayor motivo por el que yo sueño todo el año con volver a ver los paisajes que esos ojos vieron. Siento que llego a mi casa, a mis raíces.  Y esa es una sensación hermosa y un poco nostálgica que me gusta saborear.

CARACOLÍ

En los ocho años que llevamos frecuentando el Quindío, hemos estado en varias fincas: Brasilia, Caracolí, Santillana, El Descanso…… En Brasilia nació toda esta historia de amor al Quindío.


La primera vez que estuvimos casi todos juntos, a excepción de Poly, fue en Caracolí, donde disfrutamos, la noche del 31, de un inesperado show de parte de Maria y terminamos todos en la piscina a la media noche.

En Santillana se casaron Guille y Anamaria. Fue un matrimonio  muy sencillo, pero con una dosis enorme de amor.


En El Descanso estuvo con nosotros Estelita la abuela de Maria,  y ese año el show nos lo regalaron las mujeres jóvenes de la familia con un baile del Aserejé que fue de película y pasamos con mi mamá el que fué su último fin de año. Y así, en cada una de esas fincas han sucedido historias generalmente  alegres, que nos hacen sentir nostalgia al dejarlas, pero también un contundente y sincero deseo de regresar al año siguiente.

En Diciembre de 2.007 estuvimos unos dias en una finca, llamada La Luisa, muy cerca a Armenia, y esta vez disfrutamos de la compañia de Nacho, Maria y Nico.

Además de los hermanos con nuestras familias, también han ido con nosotros personas muy especiales, como Myriam, Don Carlos,  Rosita, Sonia y Diego, la tía Gilma, Silvio, Lucy, Guillermo, Francisco, Pili, Martha Morales, Jorge, Katya y su mamá, con los cuales hemos compartido días muy felices, y con quienes terminamos casi siempre, con todo y ropa en la piscina después de la última media noche del año. Las niñas se han divertido jugando en los columpios, corriendo por el prado, nadando en la piscina, descubriendo los conejos, oyendo hablar a los loros o tratando de acariciar a los terneros.

Este año, de nuevo en Caracolí,  tuvieron ellas un sitio al cual subían y bajaban todo el día y se asomaban a la ventana cual hermosas muñecas en su casita de colores: las mellizas Antonia y Carlota, Sarita y Maria Belén. Esperamos un diciembre cercano, ver allí también a Nicolás  Ignacio y a Maria Camila con Nacho y Maria. Y ojalá, con más suerte, podamos disfrutar de Marcelo y Paolo con sus familias.

En esos fines de año hemos comido cosas muy diversas, desde la sencilla arepa paisa del desayuno hasta un lomo “a las finas yerbas” preparado por mis hermanos; nos hemos tostado al sol como tratando de absorber su calor para que nos dure todo el año, y hemos bebido como cosacos desde la ya tradicional, deliciosa y traicionera sangría preparada por Anamaria, hasta cosas tan extrañas como el Amarula, pasando por cualquier cantidad de licores, en un ambiente de hermandad y de alegría total.

Este año en Caracolí tuvimos dos suceso especial: llegó Poly que vive en Miami y hacía diez años y un poco mas que no la veíamos.  La emoción fue inmensa, ya que llegó a la finca, donde, no se puede negar, todos nos mantenemos en un estado de alegría y relax las 24 horas del día. Vino acompañada de Frank, su siciliano, una persona increíble, adaptable, sin problemas, alegre y muy familiar.  Mi hermana solo conoció al Quindío este año, pero estoy segura de que lo disfrutó y lo empezó a amar. El segundo evento nos lo regaló la naturaleza con una luna llena esplendorosa la noche del 31.

El final feliz de este último paseo al hermoso Quindío fué que Maria Belén consiguió un guardaespaldas que la seguía por donde ella fuera.

Así pues, espero que por muchos, muchos años más, la tradición que empezó ese amanecer  inolvidable en Brasilia hace ocho años, se siga repitiendo y que en  muchos diciembres venideros, podamos estar los cinco Ruiz-Perea con nuestras familias, por fin completos y reunidos  allí, en el Quindío, esa tierra bendecida donde siento que están nuestras raíces.

BELEN      Enero de 2.010

One thought on “EL QUINDIO, TIERRA PRIVILEGIADA

  1. Muy linda y calida cronica de esta amorosa hermana que siempre nos esta sorprendiendo con sus sutiles expresiones de ese sentimiento que todos compartimos y que va dejando escrita nuestra historia familiar. Agradezco a la vida tener esta familia que amo.

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